martes, 12 de mayo de 2009

EL SINDROME DE BRIGADOON

Vamos a asistir en los próximos meses a un nuevo escenario político en Las Vascongadas. Un gobierno no nacionalista tendrá que habérselas, me imagino, con un frontón ideológico que intentará devolver todas las pelotas para que vuelvan de donde salieron. Sobre este tema de la identidad vasca con esencias y cómo se ha estructurado estos años para forjar esa “unidad de destino en lo universal” que diría el generalísimo, me viene a la memoria un ejemplo del celuloide que nos puede ilustrar algo el tema.

Brigadoon, musical de la Metro de 1954, dirigido por Vincente Minnelli y coprotagonizado por Gene Kelly, Cyd Charise y Van Heflin y, a mi modesto entender, una de las cimas de este género cuenta, sucintamente, lo siguiente. Dos amigos vuelan de Nueva York a un paraje remoto de las tierras altas de Escocia para pasar unas jornadas de caza. Se pierden y cuando están a punto de encontrar el camino de vuelta descubren un idílico pueblecillo perdido entre las brumas que, poco a poco, van desapareciendo y nos dejan ver lo que se oculta tras ellas. Vemos que estamos en un día de feria donde, como si de una Arcadia feliz se tratara, los confiados vecinos se despiertan, unos para ir a vender sus productos, otros para ordeñar sus vacas, los más para fabricar y vender cerveza y, por último, una familia que prepara la boda de su hija.

Los visitantes se quedan desconcertados de tanta belleza, tanta armonía y no tienen mas remedio que dejarse llevar (al igual que el espectador) por la belleza de la puesta en escena que estos buenos chicos de recio kilt escocés despliegan ante sus maravillados ojos. De todos modos y, pasado un rato, los amigos descubren que Brigadoon es un pueblo que, “en los tiempos obscuros”, decidió por mor de su seguridad y en previsión de acontecimientos exteriores que pudieran disolver su comunidad, desaparecer del tiempo astronómico durante cien años y despertar cada cien de estos durante un día. Jornada que como os habréis imaginado ya, coincide con el despiste de nuestros dos buenos amigos. Uno de ellos entabla relación con la hermana de la novia casadera y se establece el flechazo. Ha encontrado, pues, el lugar del que nunca ya querrá partir. Para entonces, el otro amigo, al que le empieza a entrar morriña de Nueva York, pues le empieza a hartar tanta felicidad, se dedica a hablar con algún que otro vecino y descubre que hay uno que se quiere marchar y ver mundo pues esta hasta la coronilla (quien no) de despertar cada cien años y ver que nunca pasa nada. En definitiva y como dice una prima mía de Málaga: se quiere “mezclar”.

Pero entonces, el amigo observa oculto como este “traidor a la comunidad” huye perseguido por la chusma que le quiere matar antes de que cruce el puente que separa Brigadoon del mundo exterior. Si esto ocurre, Brigadoon perderá su sortilegio y volverá de nuevo al mundo que está ahí afuera y perderá su estatus de “Arcadia feliz”. Para cuando están a punto de alcanzar al desalmado que necesita algo mas que vacas, cerveza y chicas recias para vivir y, en medio de la total confusión, nuestro amigo el cazador ve una perdiz y dispara su escopeta. En ese momento se cruza fatalmente el fugado y muere accidentalmente a manos de “la civilización” y de los movimientos obscuros que ella conlleva. Todo el mundo da por hecho que se lo ha buscado por traicionar al lugar, a sus vecinos y, creo que a ese concepto de patria univoca que yace en lo que los lingüistas de los setenta llamaban “el subtexto”.

Los dos amigos vuelven a Nueva York. Uno se queda en la ciudad corrompida y sin señas de identidad míticas y el otro, no puede superar su amor escocés y vuela raudo a enterrarse para toda la eternidad en Brigadoon. Fin.

¿Os suena algo de todo esto?


PD. De todos modos, no os preocupéis. Siendo, ideológicamente Brigadoon, una de las películas conceptualmente mas reaccionarias que uno ha visto es, al mismo tiempo, una gran obra de arte que a través de la música y la puesta en escena logra erigirse como uno de los más bellos filmes realizados. Por supuesto, los guionistas de entonces no pensaban en Las Vascongadas, pero parece que ya portaban consigo esa sensación de pertenencia al clan ancestral. Afortunadamente y, como dicen los Rolling: “Time are our side”.

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