¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE¡
Acabo de ver “Slumdog millionaire” y, en tropel y mientras veía los títulos de crédito de la película (quizá mientras veía la cinta, pues hay grandes espacios para la reflexión debido a su guión previsible, monocorde y repetitivo) acudían a mi cabeza un montón de pensamientos e ideas que hacía tiempo no venían. Le doy gracias por ello a Danny Boyle, su director pues (no hay mal que por bien no venga) he podido refrescar ciertas ideas que hace ya muchos años debatí y que parecía que se habían desvanecido en la parte trasera de mi cerebro, ya declinante. Pero no; ayer noche volvieron (como todas las historias que uno deja sin resolver y concluir) y como acabo de decir, me recordaron lo siguiente acerca de la cultura de masas.
Hubo un tiempo en que allá por los años 30-40-50 las películas (quizá mas que nunca) se ideaban, se preparaban y se hacían pensando en las masas que, endomingadas y con la férrea voluntad de olvidar, aunque fuera por 80 minutos, su vida a lo Revolutionary Road (peli que hay que ver) esperaban una historia que las sacase de su letargo cotidiano y de la dura realidad de entreguerras. Lo que casi nunca descuidaban los mandamases de los estudios (hablo de Hollywood) era que el producto fuera comercial, visible para la inmensa mayoría y, desde luego, hecho por gente con mucho talento. Había algún que otro premio Nobel entre los guionistas, etc. pero, sobre todo, se apreciaba mucho que, además de que aquello fuera comercial y eficaz ante la taquilla, estuviera hacho con gente con pedigrí en su oficio.
Hubo un tiempo en que las masas, por el noble hecho de serlo, pedían entretenimiento y calidad, pero como ya ha dicho reiteradamente Bob: “Los tiempos están cambiando”. Antes, a la gente le daba por saber discernir con naturalidad si aquello era de botella o de garrafa; ahora, ni se enteran que es de garrafa. Apóstoles (estos nuevos directores) de una pretendida retroposmodernidad (algo hay que decir, caray) se avienen a componer una melánge de lugares comunes, viejos clichés y montaje sincopado mediante el cual pretenden decirnos que la vida cést comme ca y que esta propuesta de melodrama/comedía/cuento medieval funciona, per se. Pero no; funciona porque el nivel cognitivo de la masa actual en lo que se refiere a la gramática elemental de la imagen está en precario, al igual que su progresiva desideologización social y, sobre todo, al embotamiento que le ha causado la sintaxis televisiva que la han llevado a lo que podríamos denominar “ el grado cero de la escritura fílmica “.
Me he acordado de Umberto Eco y me he preguntado si soy Apocalíptico o Integrado ante la cultura de masas. Diréis que, después de leer esto, soy lo primero. Quizá tengáis razón. También me ha venido a la cabeza MacLuhan y aquello que contaba en de que “el medio es le mensaje”. Pero, entre nosotros, mientras veía la película he sentido reiteradamente un hastío (no se si propio de la edad) y que, al mismo tiempo, me estaban llamando necio durante casi toda la mayor parte de su metraje. La sensación de “deja vu”, la estructura férrea y previsible de los “bocadillos” entre escenas, que te permiten salir al lavabo y al volver, constatar que no te has perdido nada substancial (ni la series mediocres de televisión se permiten esos gaps narrativos) me dejaron, al final, la sensación de que hoy el público, en general, asiste a su propia ceremonia de la confusión y que entre el ruido, los gritos y la tele fórmula ha acabado por tirar la toalla. Un dato. Creo que fue El Padrino la anterior película que recibió los mismos Oscars que Slumdog millionaire. ¡Qué verde era mi valle¡
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